Estar en una discoteca con mis padres me enseñó algo del marketing

Cuando era una preadolescente con granos en la cara mis papás me llevaron de vacaciones a conocer México.

Bueno, México, no. Cancún.

Cancún es como una sucursal de Miami, pero con más cosas divertidas, mejores playas y, probablemente, más gringos.

Lo típico de la “Cancún experience” es quedarse en un resort con todo incluído, a pie de playa y sin tener que mover un dedo.

Cuestión que ahí estábamos como reptiles al sol cuando se acercaron a vendernos un tour familiar para conocer la noche de Cancún.

Como mis hermanas y yo estábamos mayorcitas, mis papás dijeron que sí.

Era literalmente una excursión a una discoteca jajaja.

La primera parte fue la cena en un lugar muy family-friendly que hacía unos juegos geniales.

Esa parte fue súper divertida. Es uno de los mejores recuerdos que tengo de mi papá porque no paramos de reírnos. Lo guardo en mi memoria bajo siete llaves.

Pero bueno, eso duró un rato y pasamos a la segunda parte, en la discoteca.

El lugar se llamaba Coco-bongo. Es una mega fiesta que tiene shows en vivo con imitadores que son prácticamente copiados-pegados de Tina Turner, Bon Jovi, etc.

Un show del copón… en un ambiente de discoteca. Con mis progenitores. Ya te imaginas.

Yo estaba a pleno con mis hormonas en flor pero a mis padres eso de los adolescentes borrachos tirándoles cerveza en los pies no les hizo ni gracia y al rato nos fuimos.

¿Por qué te cuento esto? Porque las redes sociales son como esa discoteca.

Están llenas de imitadores buenos, luces estimulantes y gente para conocer. Son una discoteca con un show en vivo y mucho más.

El problema de eso es que aunque los boliches sirven para divertirse, no sirven demasiado para otras cosas, como por ejemplo tener una conversación interesante con alguien.

Para poder hacer eso hay que SALIR del boliche.

Y cuánto mejor si ese “afuera” es un lugar privado, como tu casa.

O tu newsletter.

Si las redes son una discoteca, las newsletters son una cabaña en el bosque.

Un lugar sin ruido, sin imitaciones, sin gente tirándote cerveza en los pies.

Si hubiera sido por mí, seguro aquella noche se habría estirado un poco más, pero al final pasa el rato y siempre entran ganas de volver a casa.

En ese momento, agradeces tener tu propio espacio.

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